LA INDIGNACIÓN O EL PODER DE OBECEDER
Resumen:
Se trata de realizar una
crítica a la expresión popular en
respuesta a la crisis económica global, canalizada a través de la
«indignación» y la responsabilidad del ciudadano respecto a ella
amén de los bancos o políticos.
Palabras
Clave: Indignación,
crisis, responsabilidad.
El poeta en lengua alemana y víctima
del nazismo Paul Celan escribe en unos versos que, tras Auschwitz, la
poesía era como «hablar a los callejones sin salida» (mit
dem Sackgassen sprechen).1
Por las mismas fechas del siglo XX, el filósofo alemán Theodor
Adorno llegó a decir que tras Auschwitz ya no era posible seguir
escribiendo poesía.
Y sin embargo, Celan lo hizo. Lo hizo
hablando a esos callejones, lanzando una botella al mar en espera de
ser recogida y recogiendo él mismo en el poema los restos del
naufragio en que el terrible siglo había desembocado.
En «El tercer hombre», el escritor
Graham Greene viene a decir por boca de su principal personaje, Harry
Lime (interpretado en la adaptación para la pantalla por un
espléndido Orson Welles) que en lugares tan dichosos y estáticos
como Suiza, lo único que ha merecido la pena destacar durante siglos
ha sido el reloj de cuco.2
¿De qué sirve la palabra cuando comes perdices, si es entonces
cuando toda historia ya ha terminado? Que estos tiempos difíciles
valgan para poder recuperar el aliento de la verdadera palabra; la
necesidad de «decir». Por ello, la libertad de poder decir es lo
que, paradójicamente, menos fuerza otorga a lo dicho. Cuando todo
vale o puede valer, nada resulta verdaderamente valioso.
Pero además, a lo largo de la
historia se nos ha mostrado que esa libertad desemboca
mayoritariamente en una mera repetición de consignas, en una pereza
crítica bajo el yugo del confort.
La pérdida de lo que Marx denominaba «conciencia de clase» acaso
comenzaría primariamente por eso: la dictadura formal de la
libertad.
En estos tiempos de crisis, hemos
podido observar como de nuevo Marx continúa vigente. Las condiciones
materiales se encuentran en la base de toda estructura social e
ideología moral, cultural o religiosa. Todos sabemos que lo que
estamos viviendo no solo es una crisis financiera.
Y sin embargo, la proclama a seguir
es ahora la de culpabilizar a los bancos o a los políticos. La
«indignación» ha sido el concepto por el que canalizar la rabiosa
impotencia ante un sistema que está desmoronando la vida cotidiana
de millones de individuos alrededor del Globo. Y sin embargo, antes
de ello, muchos de esos millones han constituido ese mismo sistema,
sacralizándolo como el único posible, votando a sus legitimadores y
dejándose financiar por los banqueros para lograr ese preciado
confort.
Considerar una constitución, un
sistema económico o la misma Declaración Universal de los Derechos
Humanos como algo inmóvil, intocable o sagrado es obedecer a una
doctrina. Es la propia historia, (el «tribunal de la ordenación del
tiempo» lo llamó Anaximadro en la primera sentencia escrita de la
filosofía) la que sitúa los sistemas, o normas morales en su
quicio. También Hitler quiso cambiar el mundo. También él era un
«indignado» que, no obstante, recibió casi el 90 % de votos en
unas elecciones libres. Por ello, la libertad de obedecer también
implica responsabilidades. Acaso la de indignarse, primeramente y
antes de lanzar el grito público, con uno mismo. ¿A quién
responsabilizar entonces por la existencia de los campos? Se pregunta
el director Allain Resnais en Noche y
Niebla (Nuit
et Brouillard, 1952) -uno de los
mejores documentales sobre los Lager-
¿únicamente a Hitler y a sus adláteres? ¿Acaso no fueron los
mismos que insultaban y escupían a Jesucristo los que tres días
antes, durante el Domingo de Ramos, le saludaban como al Mesías?
¿Quién es , así pues, el responsable?, se pregunta Resnais.
Por ello, el concepto de «pueblo»
tantas veces mentado resulta por momentos oscuro y sin contenido, tan
apropiado para el fascismo, como para la izquierda o la Revolución
Francesa. Asimismo, y si debemos entender la idea de la sociedad
civil como el garante de la soberanía nacional en cualquier estado
democrático, de poco valdría la legitimación del pueblo frente a
un enemigo muy real y canalla, pero también inventado por el pueblo
mismo: el político o el banquero.
Por supuesto que no se trata de
vindicar a todos esos verdaderos beneficiarios del sistema, sino de
situar su realidad en sus legítimos y libres legitimadores:
nosotros. Los mismos que hemos obedecido. Y en democracia también
la obediencia es un acto libre. O para decirlo al modo de los
superhéroes: «un poder que conlleva una gran responsabilidad». Un
«pueblo» educado en la libertad de voto, de opinión… etc. debe
estar educado en la responsabilidad misma que cada cambio de canal,
cada voto o cada opinión implican en la comunidad misma política o
moral. Se trata de ser libres, pero antes que eso, de saber serlo.
¿Acaso es el perro libre de ladrar cuando le quitan la comida? ¿O
lo era más cuando, en teniendo ésta bien acoyuntada, no se preocupó
por él mismo de mantenerla pese a las promesas de amor eterno del
dueño que ahora lo abandona?
Que esta nuestra indignación no
resulte, con el paso del tiempo, un mero ladrido rebelde y sin
contenido, emitido únicamente por la falta de pitanza. Que sea
libre, responsable, futura. Y sobre todo, que sea.
José
Antonio Santiago Sánchez. (Madrid,
1976)
Doctor
en Filosofía Universidad Complutense (Madrid)
Catedrático
de Filosofía en el IES Loustau-Valverde. (Cáceres)
1
Paui Celan. Obras Completas . Traducción de José Luis Reina
Palazón. Madrid: Trotta, 199, p. 364
En esta ocasión os he
dejado un texto de mi profesor de Filosofía. Espero que os haya
gustado o que al menos os haya hecho, y os haga (que no quede aquí
la cosa), reflexionar.